El desnudo femenino a través de la historia del arte ha sufrido una gran evolución, no tanto en lo visual como en el concepto.
En el periodo anterior a la modernidad(S. XIX) la realización de desnudos iba unido a la historia que relataba la obra en sí, ya fuera profana o religiosa. Era la excusa perfecta para ofrecer al mecenas un desnudo femenino “moralmente permitido y aceptado”.
A partir de la modernidad ya no era necesario poner el tema como excusa, ya que el cuerpo femenino al desnudo era un tema en sí, sin trasfondo ni doble rasero. Se presentaba tal cual, el artista recreaba su propia historia.
En la actualidad, el tema del desnudo femenino es uno de los más recurrentes por parte de los fotógrafos. Se reinventan una y otra vez, juegan con la técnica, el contraste de luces, diferentes contextos dónde hacen posar a las modelos...
El cuerpo femenino es utilizado como un objeto bello puesto a disposición del “creador”, por eso de “crear diferentes escenarios”. Aunque muchas veces la creación queda en un segundo plano y la supuesta técnica aflora por doquier, cosa que quizá resta un punto de espontaneidad en el resultado final, carece de la chispa que toda obra de arte debe poseer para ser tal cosa.
No voy de entendida de fotografía, por que no es así, simplemente hablo desde el punto de vista de espectadora de arte que lleva un buen bagaje a sus espaldas y que tiene entrenado el ojo para captar la sutileza de las obras de arte.
La sutileza. Es un concepto que actualmente y de forma generalizada en este campo, se ha ido deteriorando a pasos agigantados. Ya no se insinúa, no se lee entre líneas, no se aboga por mantener cierto secretismo... Se ha pasado al “MÍRAME” porque esto es lo que hay, no busques más, soy sólo “YO”.
Por supuesto que hay excepciones, gracias a dios, todavía se pueden encontrar creadores que son genios cuando ven a través del objetivo y capturan en un instante toda una historia que transmiten al espectador que las contempla y sienten esa conexión sutil con la imagen.
Porque al fin y al cabo, a eso se reduce todo, a que el espectador quede atrapado por la historia que insinúa la imagen, puede que no sea lo que el artista pretendía al crearla, pero si el que observa sufre aunque sea un levísimo estremecimiento, surge la chispa.
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28 feb 2011
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